Un conflicto se produce cuando el comportamiento,
las necesidades y los objetivos de alguien, en este caso de nuestros hijos, son
un obstáculo para la satisfacción de los nuestros.
En
la familia se suelen dar situaciones en las que nuestros intereses y necesidades
son contrapuestos con los de nuestros hijos, y por lo tanto posible fuente de
conflicto. Dependerá de cómo los abordemos para que estos se resuelvan.
La
relación padres-hijos es una fuente de conflictos potenciales muy variados. Los
más frecuentes y más intensos tienen que ver con el ejercicio de la función de
control de los padres sobre la conducta de los hijos y los intentos de éstos
para eludir este control. Eso, ya es aplicable en la infancia, pero alcanza su
máxima expresión durante la adolescencia.
Es importante limitar al máximo los conflictos familiares (entre los padres, entre los hijos y entre padres e hijos), tanto en intensidad como en frecuencia. Si son persistentes o muy intensos, pueden afectar a la calidad de las relaciones familiares. Eso, supone:La forma de relacionarse los padres, entre ellos y con los hijos, es también un modelo de conducta para los hijos. Si los padres tienen dificultades para manejar los conflictos, es más probable que los hijos también las tengan.
- Negar la existencia del problema: Reconocer el problema será el primer paso que debemos dar si queremos solucionarlo.
- Evitar y posponer su resolución: Tarde o temprano tendremos que dar una respuesta a ese problema.
- Atribuir el problema a los otros o a causas externas: Tendremos que reconocer nuestra responsabilidad en él.
- Hacer un problema de las situaciones cotidianas: Hay realidades que no se pueden cambiar y tendremos que saber asumirlas y afrontarlas.
- Pedir soluciones globales. En ocasiones les pedimos a nuestros hijos que cambien el carácter en vez de negociar una serie de cambios concretos de conducta. Les pedimos un cambio de actitud personal: “debes ser”.
HÁBITOS COMUNICATIVOS Y CALIDAD DE LAS RELACIONES
FAMILIARES
Si cuando discutimos con los hijos o con la pareja, nos
dejamos llevar por los impulsos, sucede que:
- En vez de centrar la atención del otro (por ejemplo, del hijo), sobre la conducta que nos molesta o nos preocupa, contribuiremos a hacer que se inhiba (se limite a aguantar el “chaparrón”), o que fije la atención en los insultos, los reproches, las amenazas, etc.
- El hijo (o la pareja) estará también disgustado, y quizás reaccione con provocaciones, verbales (por ejemplo,“pues me voy a ir de casa”) o no verbales (por ejemplo, irse dando un portazo).
- Eso nos generará más irritación, y quizás castiguemos al hijo, o dejemos explotar la rabia (por ejemplo, gritando que no hace falta que vuelva, tirando algo contra puerta, etc.). También puede ser que no hagamos nada y que nos limitemos a acumular rabia.
- Entonces, tanto nosotros como los hijos acumularemos resentimiento y nos distanciaremos los unos de los otros. Si esto pasa a menudo y/o las discusiones son muy intensas, los vínculos familiares se debilitan y se pierde capacidad de influencia sobre los hijos.
EL CONTROL DE LA IRA
Saber controlar los sentimientos de cólera y sus
manifestaciones es muy importante. Si no se sabe controlar los impulsos, los
conflictos familiares serán más frecuentes e intensos, y el clima familiar
empeorará.
Pero también es importante no limitarse sólo a inhibir
los impulsos. Si se hace eso, la rabia contenida va creciendo y, tarde o
temprano, sale; a menudo por una cosa sin importancia. El disgusto, la rabia o
la irritación que pueda generarnos la conducta de los hijos o de la pareja
tiene que poder expresarse a la otra persona.
Los hábitos comunicativos mencionados en la unidad
didáctica anterior son muy adecuados para eso. A veces, sin embargo, hay que
aplazar la expresión de estos sentimientos hasta haber reducido la tensión. Por lo tanto, siempre que sentimos mucha rabia o tensión hace falta aplicar alguna técnica de autocontrol antes de continuar con la discusión. El método que se propone, consta de siete pasos.
ETAPAS DEL MÉTODO DE AUTOCONTROL DE LA IRA
Para controlar la ira se puede utilizar un método que
podemos dividir en las siguientes fases:
- Identificar las señales personales de alarma: Antes de “explotar y dejarnos llevar por la rabia o la irritación, las personas experimentamos una serie de cambios que podemos utilizar como señales de alarma, si antes las hemos identificado. Estas señales son parecidas para todo el mundo, pero no son iguales. Cada uno tiene las suyas. Pueden ser pensamientos (por ejemplo “me está hinchando las narices”, “se está riendo de mí”), sensaciones (por ejemplo, furia, ganas de golpear a alguien, ganas de huir), conductas manifiestas (por ejemplo, gritar, morderse los labios, acercarse mucho al otro) y/o reacciones fisiológicas (por ejemplo, taquicardia, tensión muscular en el cuello, sofoco en la cara y/o manos).
- Reconocer la irritación y procurar reducirla: El objetivo es identificar las señales de alarma en el mismo momento en que aparecen y decirse a uno mismo: “¡Cuidado!, Me estoy irritando”. Si detenemos las señales en el momento en que se presentan, detendremos también el proceso y evitaremos perder el control.
- Pensar en las consecuencias de perder el control: “Si pierdo el control…”.
- Preguntarse si hay algún motivo añadido para sentirse tan irritado: Además de la conducta de la otra persona y/o de la discusión misma, puede haber también otros motivos que añadan más irritación a la situación, o que sean la causa principal (por ejemplo, recibir una bronca en el trabajo, tener dolor de muelas, haber dado muchas vueltas oara encontrar aparcamiento, etc.). Podemos preguntarnos: ¿Por qué me siento tan irritado?, ¿Hay alguna razón añadida? Y si se encuentra un motivo añadido, decirse a uno mismo: “En realidad, estoy tan irritado porque …”.
- Intentar reducir el grado de irritación: Pueden probarse métodos como respirar hondo (sintiendo como entra y sale el aire), relajar la musculatura (percibiéndolo), dar un paso atrás, o sentarse (si se está de pie), picar algo de comida si se está a la mesa, no fijar la mirada en la otra persona, etc.
- Evaluar la situación y decidir cuál deber ser el siguiente paso: Es hora de valorar si se está en condiciones de hacer frente a la situación sin perder el control o si, al contrario, tenemos bastantes probabilidades de perderlo. Si la irritación proviene sólo de la discusión actual y, además, sentimos que podremos mantenerla bajo control, entonces podemos seguir adelante haciendo uso de los hábitos positivos de comunicación. En cambio, si la irritación proviene también o principalmente de otros motivos y/o vemos que podemos perder el control, entonces hay que aplazar la discusión hasta que estemos más calmados. Mientras tanto, hay que hacer algo para reducir la tensión. Y, cuando se reanude la discusión, aplicar igualmente hábitos positivos de comunicación.
- Recompensarse por haber mantenido el control: Empezar diciéndose: “¡Bien hecho!. Me merezco un premio. Voy a …” y después cumplirlo de verdad. También es importante darse premios entre la pareja cuando uno de los dos se ha manejado bien en una discusión con un hijo (por ejemplo, “Enhorabuena, te lo ha puesto difícil, pero has mantenido la calma”).
- Buscar el momento y el lugar adecuados.
- Crear un ambiente positivo que facilite la comunicación.
- Decir con claridad que existe un problema que tiene que ser resuelto.
- Empezar siempre con algo positivo. A nadie le gusta recibir críticas; si se empieza una negociación criticando se conseguirá que la otra persona adopte una postura defensiva que alejará el objetivo.
- Analizar y concretar los intereses y necesidades de cada persona ante el problema.
- Esforzarse para aportar todas las alternativas posibles de solución.
- Ofrecer ayuda en el proceso de cambio de nuestros hijos y mostrar disposición a la reciprocidad.
- Los acuerdos deben ser muy específicos y claros para que no haya malas interpretaciones que comporten el riesgo de que los acuerdos no se cumplan.
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