lunes, 25 de mayo de 2020

Cómo construir una familia feliz: 9 elementos imprescindibles



Jorge Bucay

En el centro está el amor entendido como el compromiso de lograr el bienestar de todos y aceptarlos como son. Si nos amamos así, es probable que estemos en el mejor de los lugares.


Por mucho que algunos se esfuercen en restarle mérito y relativizar su importancia, somos muchos los que sostenemos que la familia no solo es la base incuestionable e irremplazable de cualquier sociedad organizada, sino también el entorno en el cual se gesta el desarrollo integral de las personas.
Todos provenimos de una estructura familiar que nos “enseñó y condicionó” lo que pensamos y creemos acerca de las familias.
Quienes tuvimos la suerte de nacer en una familia funcional hemos crecido más fácil y mejor y hemos registrado en nuestro interior, en la memoria, en el corazón y en cada célula de nuestro cuerpo, la imagen del modelo de familia que puede funcionar.
Pero independientemente de nuestra experiencia previa, la mayoría pretendemos, con más o menos éxito, construir para los nuestros una familia verdaderamente armónica y nutritiva, bajo la guía de padres que leen con sus hijos, hablan con ellos y entre sí, los escuchan y comprenden; pasan momentos felices cuando están todos juntos.
Las familias funcionales o nutritivas, como las llamó Virginia Satir, son capaces de cubrir las necesidades básicas materiales y espirituales de sus miembros. ¿Qué condiciones debe reunir?

Funciona como un equipo

Sus integrantes están unidos, además de por el afecto, por un objetivo común, procurar el bienestar de cada uno de ellos.
En una familia, no todos tienen las mismas capacidades y, en consecuencia, el reparto de las tareas, cuando sea necesario, no debe ser equitativo sino operativo. Se trata de procurar a cada uno lo que necesita pidiéndole lo mejor de aquello en lo que sea más apto. No se intenta, pues, que todos aporten lo mismo, sino de encontrar el mejor resultado.
El trabajo en equipo es el nivel más alto, eficaz y satisfactorio de la interacción entre las personas, y comienza siempre con un aprendizaje fundamental: valorar, y hasta celebrar, las diferencias.
De este modo, aquellos que tienen más capacidades o experiencia tienen también mayor responsabilidad a la hora de buscar el bienestar de cada uno de los demás miembros. De hecho, una de las características más notables de una familia disfuncional es el desorden y la confusión de los roles individuales dentro de la familia: padres que se comportan como niños y niños a los que se les exige como adultos.

Normas y reglas claras

Al igual que en cualquier equipo, si desconozco el lugar en el que juego, se esfuma mi mejor posibilidad de jugar bien. Es en estos casos cuando la frescura, la creatividad, la transparencia de la niñez se aletargan dejando lugar al reparto de culpas, el fracaso garantizado, el resentimiento y el fantasma del desprecio o del temido ridículo.
La existencia de unos límites generacionales claros (padres que se comportan como padres e hijos que se comportan como tales) es una norma en las familias fuertes. Sin embargo, el sometimiento férreo a los esquemas tradicionales de estos roles podría restringir en algunos momentos la realización personal y el crecimiento individual de los miembros.
En las familias funcionales hay reglas que todos conocen y aceptan, pero son flexibles.

La plasticidad evita la rigidez

Una familia afronta constantemente situaciones distintas, tanto por lo que sucede a su alrededor como por los cambios que se producen en su seno, aunque estos solo sean el inexorable crecimiento de sus integrantes.
Una familia que funciona del mismo modo hoy con hijos adolescentes que como lo hacía cuando estos iban al parvulario tiene problemas asegurados.
La plasticidad implica, en el sentido más amplio, la capacidad y preparación para adaptarse a los cambios.

El respeto a la individualidad

Ser un equipo no significa olvidar que somos seres individuales y que tenemos necesidades y deseos de cosas, actividades y vínculos que están, en mayor o menor medida, fuera de la familia. Deseos que, a priori, los demás deberían alentar si ven que comportan felicidad a ese miembro (y no considerarlos una amenaza de desintegración).
Cuando la familia acepta los espacios personales, estos se transforman en un pasaporte al crecimiento del grupo.
En las familias funcionales, cada miembro es diferente del otro y no se le presiona para que se conforme, es respetado por su individualidad y posee el mismo valor como persona que los demás.
En las familias disfuncionales, los miembros no son respetados como individuos únicos y de igual valor que los demás, se les disuade de intentar ser diferentes y se les culpa y avergüenza, cuando menos, por ser “el raro” de la familia.

La comunicación como eje

Dentro y fuera de la familia, la comunicación es básica, no solo como herramienta para la resolución de conflictos y la construcción de acuerdos, también es el modo privilegiado que tenemos de crear lazos entre nosotros.
En las familias funcionales se enseña a los miembros a desarrollar una comunicación honesta y directa, y se motiva a todos a expresar sentimientos, percepciones y necesidades.
En las familias disfuncionales prevalecen la negación y el engaño, el autoritarismo y la escala jerárquica.

La confianza como base

La confianza sobre la que debe basarse una familia es, sencillamente, creer en el otro. Es la convicción de que si me dice algo, es verdad (en el sentido de que él lo cree así).
Algunos padres dicen: “Yo desconfío porque mi hijo miente” y yo los invito a pensar justo lo contrario: quizá él miente porque tú desconfías. Por lo demás, si no quieres que te mientan, no mientas, y menos para salvar la imagen que tus hijos tienen de ti.

La presencia y el apoyo

Podríamos resumir este punto en una frase: “No importa cuál sea el problema, puedes contar siempre con nosotros porque somos tu familia”.
Los vínculos se ven fortalecidos, más que nada, por los tiempos compartidos, el paso de los días, las rutinas, las cosas supuestamente insignificantes que se disfrutan en compañía.
Quizá la familia se define más que ningún otro vínculo por el hecho de que compartimos la cotidianidad.

Cuidar la autoestima

Una buena autoestima familiar no solo consiste en que cada uno se sienta valioso de ser quien es dentro y fuera de ese entorno, sino también en que la familia se vea fortalecida, orgullosa, por la buena opinión que cada uno de sus miembros tiene de ella como grupo humano.
Está de más decir que esto solo es viable si se origina en una buena autoestima de papá y de mamá y en un excelente vínculo entre ellos como pareja.
“Solo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: raíces y alas”. Hodding Carter

Y en el centro, el amor

El amor, entendido aquí como el regocijo por la existencia y el decidido compromiso de lograr el bienestar de cada uno de mis familiares. El amor como una profunda satisfacción de que el otro trabaje para ser la mejor versión de sí mismo que pueda.
El amor como la disposición suprema a aceptar al otro tal como es, sin querer cambiarlo para que sea como a mí me convendría.
Da todo el amor que tengas y ábrete a recibir el de los demás. Si dentro de una familia conseguimos amarnos así, es muy probable que estemos en el mejor de los lugares para desarrollar todas las otras claves de las que aquí se ha hablado y de las que el futuro nos presente.

Fuente: https://www.cuerpomente.com/psicologia/hijos/como-construir-familia-feliz-nutritiva_4634

La importancia de pedir disculpas a tus hijos cuando te equivocas





Ofrecer disculpas es una gran lección de humildad. Pedir perdón implica reconocer que como todo ser humano te equivocas, que no eres infalible y que tienes cientos de defectos que corregir. Pedir disculpas te engrandece como persona, pero para completar el círculo de aprendizaje es necesario que enmiendes de manera consecuente los errores que cometes, de lo contrario con el tiempo tus palabras sonarán vacías.
Ser mamá te hace un mejor ser humano. Quizás, esto ocurre porque nunca antes estuviste tan enamorada ni tan compenetrada con alguien tan inocente e indefenso como un niño. Nunca antes te sentiste tan responsable por alguien, mucho menos por una persona tan perfecta y tan bella como tu hijo y eso sin duda invita a crecer por dentro.
Este crecimiento supone superar retos y madurar, una tarea a la que se enfrentan a diario los padres, quienes como todos los seres humanos a veces se equivocan y pueden gritar o juzgar mal a sus hijos, por ejemplo. A veces pasa, sin querer, pero pasa. Por eso es importante que pidas disculpas cuando te equivocas.
Es indispensable hacerlo. No se trata de una mera formalidad sino más bien de un acto con el que le aportas a tus hijos, entre otros aspectos, seguridad, confianza, reconforte, empatía y asertividad. Además, los ayudas a integrar el perdón como herramienta personal.


Pedir disculpas es dar un paso adelante

Ofrecer disculpas no debe ser nunca un acto vacío, a través del cual pronuncias palabras como: lo siento mucho, disculpa. Y ya. No se trata de eso sino de reconocer que te equivocaste y de mostrarle a tus hijos que se pueden enmendar los errores de manera activa si se desea.
Una de las lecciones más importantes de disculparse es que es posible aprender de los errores. Aunque te equivoques hay posibilidades de mejorar y de actuar de manera distinta en una futura oportunidad.
Rectificar es de sabios, dice el refrán; y para poder hacerlo es necesario aprender de él y modificar la actitud que te empuja a actuar de manera inadecuada. Eso te ayudará a ver los errores como un elemento pedagógico, lo cual no solo te aportará valiosas lecciones a ti sino también a tus hijos.

El respeto y la coherencia son valores importantes para todos los padres

Saber  decir «me equivoqué y voy a intentar enmendarlo», es una muestra ejemplar de respeto hacia tu hijo como ser humano. Cuando eres capaz de reconocer que te equivocaste y de pedir disculpas a esa persona tan pequeñita le demuestras a través del respeto el amor que sientes por él.
Pedirle disculpas a tus hijos cuando te equivocas te hace un padre consciente, te hace un padre responsable y te hace un padre abierto a revisarse por dentro. Y es que esta revisión surge la reflexión de que no eres infalible, que cometes errores y que como, la mayoría de los seres humanos, quieres mejorar.
La experta en crianza con apego Rosa Jove cuenta en uno de los capítulos de su libro Ni rabietas ni conflictos que le asombra saber que muchos padres nunca han intentado pedirle disculpas a sus hijos. Ella resalta la importancia de hacerlo porque eso ayuda a los padres a reconocer a sus hijos como seres humanos independientes, quienes como cualquier otra persona merecen ser respetados cuando se le juzga mal o se les grita sin querer, por ejemplo.



Sin embargo, resalta que es mucho más ejemplarizante ser un padre coherente, uno que practica lo que predica. Esta es una de las reglas más importantes de una educación basada en el respeto. Y ser coherente, amplía la experta, no tiene nada que ver con que en casa hayan diferentes opiniones sobre algún acontecimiento o tema; al contrario, resulta muy enriquecedor cuando en el seno de una familia cada quien puede expresar de manera libre lo que piensa sobre algún hecho.
No obstante, las opiniones no tienen nada que ver con la coherencia. Ser coherente se trata de actos, se trata de predicar con el ejemplo. Un padre coherente no es aquel que tiene opiniones diferentes sobre un acontecimiento sino uno que respeta a través de sus acciones y de su estilo de vida el cumplimiento de las normas y los valores que rigen su hogar.

Fuente: https://eresmama.com/la-importancia-de-pedir-disculpas-a-tus-hijos-cuando-te-equivocas/

Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Fermín Toro (2001-2006). Zuleyvic Adriana Cuicas tiene 12 años de experiencia como redactora y editora de textos. Durante casi 10 años trabajó en el periódico venezolano “El Informador”. Fue subeditora de “Barquisimeto”, una de las secciones más importantes del periódico. Tuvo a su cargo la edición de textos y la coordinación del equipo editorial, ocho periodistas. En el año 2017 escribió dos crónicas periodísticas para el sitio web “La vida de nos”. Actualmente trabaja como gestora de las redes sociales. Tiene su propio blog.

jueves, 7 de mayo de 2020

El peligro en menores de la adicción a los videojuegos



Carme Escales

Entrevista a Roger Ballescà (Coordinador del comité de infancia y adolescencia del Colegio de Psicología de Cataluña)

Del verbo jugar, el diccionario recoge diferentes definiciones: hacer algo con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar capacidades, pero también someterse a reglas, y no siempre para divertirse, también con el único fin de ganar dinero. Jugar es perder y ganar o ganar y perder, habilidades, tiempo, dinero o capacidad de controlarnos. Si el juego se transforma en una afición extrema de la que se pasa a depender, hablamos de adicción. Cuando todo ello se junta en un videojuego en manos de niñas, niños y adolescentes, ¿Cómo proceder?

-Videojuegos, algo que prácticamente todos los menores utilizan.

Tres estadios diferencian los grados de atención de menores a los videojuegos. El uso como tal, el uso abusivo y la adicción. De lo primero, hay muchísimos. De lo segundo, bastante, y ahora durante el confinamiento todavía más. Y nos preocupa. Lo que llamaríamos propiamente adicción, en niños y adolescentes que, aunque hay menos, pero nos inquieta mucho. Nos preocupa que el uso abusivo pueda conducir a una adicción.

-¿Cómo prevenirlo?

Para que eso no suceda, hay que poner atención en las edades de los pequeños y pequeñas usuarios y en las características de sus juegos. Para empezar, los menores de 3 y 4 años no deberían estar jugando con videojuegos. En cualquier caso, en todas las edades se debe vigilar con qué videojuegos se entretienen y si están recomendados para su edad. Por lo que vemos, las familias no están lo suficientemente atentas a ello.

-¿Qué hace que no presten la atención que merece la cuestión?

Por un lado por la presión social, por el contacto de sus hijos con los amigos a los que sus padres dejan jugar a esos videojuegos. Y por otro lado por cierta desidia y desconocimiento de los peligros que comportan algunos de esos juegos.

-Y por desinformación o información errónea, tal vez.

Se tiende a pensar si un juego es adecuado o no para una criatura en función de factores como por ejemplo si les asusta o no, o si toleran ciertas escenas de violencia. Y es un error. Porque no es solo ese el problema, sino que los juegos no están diseñados para estas edades y eso puede hacer también que se enganchen más.
Recomendamos a las familias que, del mismo modo que dejan salir a sus hijos y se interesan por el lugar al que van, con quién van y qué van a hacer en la plaza, en la calle o en el campo de deportes, con los videojuegos deben hacer lo mismo, porque es también como salir de casa y encontrarse con otros. Incluso en algunos pueden realizar compras.

-¿Qué recomiendan para valorar un juego?

No sólo deben fijarse en los códigos internacionales PEGI (Pan European Game Information –aevi.org / Asociación Española de Videojuegos), la regulación europea de la industria del videojuego, sino también los padres deben mirar si cuadra o no con su código educativo, y cómo le está afectando en el día a día a su hijo o hija ese uso que hacen del videojuego.

-Y siempre con un criterio de la mesura del consumo.

Claro. No pasa nada por comer una chuchería un día, pero no constantemente. Todo puede ser pernicioso o una gran cosa, como se suele decir, ‘la dosis hace el veneno’

-Igualmente, las chuches dependerá de la edad.

Existe una recomendación de la OMS de que los menores de 3 o 4 años no usen ni teléfonos móviles, ni tabletas, porque no es bueno para su desarrollo psíquico y tampoco para la vista. Y, sin embargo, salimos a la calle y vemos a niños y niñas paseando en los carritos, incluso, y en lugar de mirar lo que pasa a su alrededor, se distraen con la tableta o el móvil de sus padres en sus manos. Así se genera cierta adicción a calmarse siempre con el uso de la pantalla, con contenidos audiovisuales, en lugar de hacerlo interactuando con su entorno. Es un grave error.

-De nuevo, parece increíble que esa escena sea algo tan común.

Es por la falta de tolerancia a la frustración, la necesidad de las familias de delegar en el aparato tecnológico para satisfacer la frustración, a través del teléfono móvil, por ejemplo. Aparentemente mejora la situación, pero en realidad se está empeorando, porque no se gestionan correctamente las emociones. Si los padres no contenemos el malestar de los hijos, es difícil que ellos lo logren con el suyo propio.

-De todos modos, hay una industria cómplice de nuestros enganches.

Sí, hay muchos juegos en el mercado diseñados para ser adictivos, utilizan mecanismos de recompensa como lo hacen las máquinas tragaperras que tanto daño han hecho en los adultos. Pensamos que no está suficientemente recogido ese potencial adictivo en el código de uso. Habría que tener en cuenta esa adictividad. Poder hacer compras o no o sobre la violencia de los videojuegos sí se recoge en los códigos, pero no la capacidad de crear adicción.

-¿Los profesionales de la psicología qué están observando?

De los más pequeños hasta la pubertad vemos que sí se está haciendo un cierto abuso y de juegos que no siempre son apropiados para su edad. En los adolescentes predomina el uso masivo de videojuegos, un abuso, incluso con juegos para mayores de 18 años. También lo vemos en niños y niñas de 15 y 16 años e incluso más pequeños, pero los adolescentes son los que suelen pasar más rato encerrados en su habitación, son más autónomos a su edad y dejan de tener cierto espacio compartido para vivirlo más digitalmente en solitario.

-Está claro que el videojuego es potencialmente un enemigo.

A los videojuegos no les tenemos que tener miedo, pero sí al uso que se hace de ellos a cierta edad y durante determinado tiempo. Igual que controlamos adónde van físicamente nuestros hijos e hijas cuando salen de casa, también con los videojuegos debemos tener cierto control, conocimiento de qué se puede hacer con cada juego. Porque los hay que pueden ser buenas herramientas pedagógicas.

-Cuando el videojuego requiere realizar compras, la situación se complica.

En ese caso es doblemente peligroso, por la parte adictiva y por la parte económica. Y es un problema que en muchos casos afecta a los padres, pues algunos hijos toman a veces la tarjeta bancaria de sus padres para hacer las compras que demanda el videojuego.

-¿Cómo identificar una situación si no adictiva, ya de camino a serlo?

Lo que hace falta, y puede ayudar mucho a identificarlo es fijarse en qué pasa cuando ese hijo o hija no puede jugar con el videojuego, cuando se le prohíbe durante un tiempo por ejemplo. Hay que observar si no poder jugar le genera ansiedad o altera su conducta con reacciones exageradas o irritabilidad. Si algo de eso se da, tenemos que empezar a pensar en adicción.

-Imagino que en muchos casos como se les ve animados jugando, no preocupa.

Hay que disfrutar jugando con el videojuego y hacer un buen uso de él. Pero, otras dos cosas que nos deben hacer pensar en adicción es que por estar jugando con el videojuego, la persona no siga los horarios adecuados de descanso por la noche y que deje de hacer otras actividades por seguir jugando. Puede ser que abandone labores extraescolares que hacía o jugar en la calle, cosas que ha ido dejando de hacer. Todo esto también nos lleva a pensar que alguna cosa está pasando.

-Todo por falta de límites.

Sí. No ser capaz de limitarse el tiempo de juego es lo que indica un problema. Es habitual que niños y adolescentes no sepan regular por sí solos el uso adecuado de los videojuegos, por lo tanto, eso no sería un indicativo de adicción por sí solo. Lo que sí lo sería  es la reacción frente a un límite externo que es lo que deberían poner los adultos. La falta de límites está más en los adultos que en los menores. Son los padres los que deben regular y a menudo esperamos, equivocadamente, a que sean los propios niños y niñas quienes lo hagan solos.

-¿Ese límite de cuánto debe ser en cada edad?

Esa es la pregunta estrella, cuántas horas se puede jugar a un videojuego. Y la respuesta no es simple. El juego se debe incorporar en las rutinas del día a día de niños y adolescentes. Deben hacer como mínimo cuatro cosas cada día: dormir las horas que tocan, que son 12 o 13 para los más pequeños y 8 horas en la adolescencia; las tareas de la escuela, en confinamiento y fuera de él, y ayudar en las tareas de limpieza y orden en casa; compartir espacios de tiempo en familia y, por último, destinar otro tiempo a hacer lo que les apetezca, un tiempo que será mayor en el caso de los adolescentes.

-Ahí es donde puede anidar el peligro.

En ese tiempo para ellos no debemos marcarles tantos límites, pueden hacer deporte y actividades fuera de casa y usar videojuegos. Pero eso no quiere decir que no debamos asegurarnos de que juegan a videojuegos que son adecuados para su edad, y siempre y cuando se hayan cumplido los tres anteriores puntos esenciales a realizar en cada uno de sus días. Si lo cumplen, tampoco es tanto el tiempo que les queda.

-¿Qué hacer si no se cumple?

La obligación de los padres es ayudar a diversificar. Si observando, te das cuenta de que se está generando un problema, hay que intervenir, regular el uso o incluso retirarles el teléfono móvil o el aparato que utilicen para jugar. Si es necesario, hay que buscar la ayuda de un profesional.

-¿Se ha registrado un aumento de peticiones de ayuda a psicólogos y psicólogas?

Las demandas de ayuda de padres y madre por dificultades vinculadas a tecnología se han ido incrementando y es un problema que prevemos que crecerá. Afecta más a adolescentes por su mayor tiempo de ocio autónomo, pero hay que estar atentos también en franjas menores de edad porque los patrones de adicción que se inician precozmente continúan después y pueden tener mayores repercusiones.

-¿Cómo se debe leer la laxitud de los padres ante una amenaza sí?

Lo que estamos viendo es que falta mucho conocimiento de los videojuegos por parte de las familias. Padres y madres debemos ponernos las pilas para enterarnos de a qué están jugando nuestros hijos e hijas. A nivel público tenemos a disposición a nuestros pediatras y médicos de familia para hacer consulta de nuestras dudas ante cualquier sospecha. Ellos nos pueden derivar a la red de centros de salud mental infantil y juvenil públicos en caso que sea necesario.

-Sorprende que no haya un mayor control a los fabricantes que procuran a sus videojuegos el componente adictivo.

Nuestra sociedad es víctima de las ansias de las empresas para vender más y, en este caso, para ello juegan con la infancia y la adolescencia. Que nuestros hijos e hijas jueguen con videojuegos está bien, pero que los videojuegos jueguen con nuestros hijos e hijas es inadmisible.

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20200504/peligro-menores-adiccion-videojuegos-7949718