Jorge Bucay
En el centro está el amor entendido como el
compromiso de lograr el bienestar de todos y aceptarlos como son. Si nos amamos
así, es probable que estemos en el mejor de los lugares.
Por mucho que
algunos se esfuercen en restarle mérito y relativizar su importancia, somos
muchos los que sostenemos que la
familia no solo es la base incuestionable e irremplazable de cualquier sociedad
organizada, sino también el entorno en el cual se gesta el desarrollo
integral de las personas.
Todos
provenimos de una estructura familiar que nos “enseñó y condicionó” lo que
pensamos y creemos acerca de las familias.
Quienes tuvimos
la suerte de nacer en una familia funcional hemos crecido más fácil y mejor y hemos registrado en nuestro interior,
en la memoria, en el corazón y en cada célula de nuestro cuerpo, la imagen del modelo de familia que puede
funcionar.
Pero
independientemente de nuestra experiencia previa, la mayoría pretendemos, con
más o menos éxito, construir para los
nuestros una familia verdaderamente armónica y nutritiva, bajo la guía
de padres que leen con sus hijos, hablan con ellos y entre sí, los escuchan y
comprenden; pasan momentos felices cuando están todos juntos.
Las familias funcionales o nutritivas,
como las llamó Virginia Satir,
son capaces de cubrir las necesidades
básicas materiales y espirituales de sus miembros. ¿Qué condiciones debe
reunir?
Funciona como un equipo
Sus integrantes están unidos, además de por el afecto, por un objetivo
común, procurar el bienestar de cada uno de ellos.
En una familia,
no todos tienen las mismas capacidades y, en consecuencia, el reparto de las
tareas, cuando sea necesario, no debe ser equitativo sino operativo. Se trata de procurar a cada uno lo que
necesita pidiéndole lo mejor de aquello en lo que sea más apto. No se
intenta, pues, que todos aporten lo mismo, sino de encontrar el mejor
resultado.
El trabajo en
equipo es el nivel más alto, eficaz y satisfactorio de la interacción entre las
personas, y comienza siempre con un aprendizaje fundamental: valorar, y hasta
celebrar, las diferencias.
De este modo, aquellos que tienen más capacidades o
experiencia tienen también mayor responsabilidad a la hora de buscar el
bienestar de cada uno de los demás miembros. De hecho, una de las
características más notables de una familia disfuncional es el desorden y la
confusión de los roles individuales dentro de la familia: padres que se
comportan como niños y niños a los que se les exige como adultos.
Normas y reglas claras
Al igual que en
cualquier equipo, si desconozco el
lugar en el que juego, se esfuma mi mejor posibilidad de jugar bien. Es
en estos casos cuando la frescura, la creatividad, la transparencia de la niñez
se aletargan dejando lugar al reparto
de culpas, el fracaso garantizado, el resentimiento y el fantasma del
desprecio o del temido ridículo.
La existencia de unos límites generacionales
claros (padres que se comportan como padres e hijos que se comportan
como tales) es una norma en las familias fuertes. Sin embargo, el sometimiento férreo a los esquemas
tradicionales de estos roles podría
restringir en algunos momentos la realización personal y el crecimiento
individual de los miembros.
En las familias
funcionales hay reglas que todos conocen y aceptan, pero son flexibles.
La plasticidad evita la rigidez
Una familia afronta constantemente situaciones distintas, tanto por lo que sucede a su alrededor como por los cambios que se
producen en su seno, aunque estos solo sean el inexorable crecimiento de sus
integrantes.
Una familia que
funciona del mismo modo hoy con hijos adolescentes que como lo hacía cuando
estos iban al parvulario tiene problemas
asegurados.
La plasticidad
implica, en el sentido más amplio, la capacidad
y preparación para adaptarse a los cambios.
El respeto a la individualidad
Ser un equipo
no significa olvidar que somos seres individuales y que tenemos necesidades y deseos de cosas, actividades y vínculos que están,
en mayor o menor medida, fuera de la familia. Deseos que, a priori, los
demás deberían alentar si ven que comportan felicidad a ese miembro (y no
considerarlos una amenaza de desintegración).
Cuando la
familia acepta los espacios personales, estos se transforman en un pasaporte al
crecimiento del grupo.
En las familias funcionales, cada miembro es diferente del otro y no se
le presiona para que se conforme, es respetado por su
individualidad y posee el mismo valor como persona que los demás.
En las familias disfuncionales, los miembros
no son respetados como individuos únicos y de igual valor que los demás, se les disuade de intentar ser diferentes
y se les culpa y avergüenza, cuando menos, por ser “el raro” de la familia.
La comunicación como eje
Dentro y fuera
de la familia, la comunicación es básica, no solo como herramienta para la resolución de conflictos y la construcción de
acuerdos, también es el modo privilegiado que tenemos de crear lazos entre nosotros.
En las familias funcionales se enseña a los
miembros a desarrollar una comunicación honesta y directa, y se motiva a todos a expresar sentimientos,
percepciones y necesidades.
En las familias disfuncionales prevalecen la negación y el engaño, el autoritarismo y la escala jerárquica.
La confianza como base
La confianza
sobre la que debe basarse una familia es, sencillamente, creer en el otro. Es la convicción de
que si me dice algo, es verdad (en el sentido de que él lo cree así).
Algunos padres
dicen: “Yo desconfío porque mi hijo miente” y yo los invito a pensar justo lo
contrario: quizá él miente porque tú desconfías. Por lo demás, si no quieres que te mientan, no mientas,
y menos para salvar la imagen que tus hijos tienen de ti.
La presencia y el apoyo
Podríamos
resumir este punto en una frase: “No
importa cuál sea el problema, puedes contar siempre con nosotros porque somos
tu familia”.
Los vínculos se
ven fortalecidos, más que nada, por los tiempos compartidos, el paso de los
días, las rutinas, las cosas
supuestamente insignificantes que se disfrutan en compañía.
Quizá la
familia se define más que ningún otro vínculo por el hecho de que compartimos la cotidianidad.
Cuidar la autoestima
Una buena
autoestima familiar no solo consiste en que
cada uno se sienta valioso de ser quien es dentro y fuera de ese
entorno, sino también en que la familia se vea fortalecida, orgullosa, por la buena opinión que cada uno de sus miembros
tiene de ella como grupo humano.
Está de más
decir que esto solo es viable si se
origina en una buena autoestima de papá y de mamá y en un excelente
vínculo entre ellos como pareja.
“Solo dos
legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: raíces y alas”. Hodding
Carter
Y en el centro, el amor
El amor,
entendido aquí como el regocijo por la
existencia y el decidido compromiso
de lograr el bienestar de cada uno de mis familiares. El amor como una
profunda satisfacción de que el otro trabaje para ser la mejor versión de sí
mismo que pueda.
El amor como la disposición suprema a aceptar al otro tal
como es, sin querer cambiarlo para que sea como a mí me convendría.
Da todo el amor que tengas y ábrete a recibir el de los demás. Si dentro de una familia conseguimos amarnos así, es muy probable que
estemos en el mejor de los lugares para desarrollar todas las otras claves de
las que aquí se ha hablado y de las que el futuro nos presente.
Fuente: https://www.cuerpomente.com/psicologia/hijos/como-construir-familia-feliz-nutritiva_4634